viernes, 15 de mayo de 2015

El hábito de ser


Flannery O’ Connor singular persona y de por sí inolvidable escritora, solía afirmar que los nuevos tiempos y venideras épocas tenían por irrefutable característica un aumento considerable  en la sensibilidad  humana, junto a  una pérdida de la visión del prójimo, dicotómica y curiosa relación de aspectos.

En sus obras,  esperaba que la desgracia, quiebre
y derrumbe de sus protagonistas nos hiciera ver al otro,  a aquel ser terrenal que habita bajo el mismo techo y quizá bajo la misma piel, sacudidos de repente por sentimientos anteriormente inadvertidos, lagrimas corren a asentarse en nuestras pupilas mientras nuestro pecho se hincha de rabia y desesperación ante una revelación insólita, la de sabernos dolorosamente finitos.

Quizá esta sea la razón por la que sus relatos están llenos de personajes no solo grotescos o carentes de algo, sino que de súbito reciben  la iluminación inexorable de la que nunca  son conscientes del todo, así como tampoco advertirán que este nuevo elemento en sus vidas tiene el poder de cambiarla, ataviados por gruesas capaz de miedo, dolor y conformidad  son incapaces de ver lo fugaz de su existencia y lo patético de su inmovilidad.

Sólo nosotros, lectores impotentes, nos damos cuenta de la trascendencia de lo sucedido, lo cierto es que nuestra vida, con limitaciones nerviosas o  desenfrenos macabros  es y continuara siendo en esencia un insalvable misterio.

Sally Fitzgerald tuvo la valentía, o, quizá el atrevimiento de adentrarse en la intimidad de Flannery O’ Connor, a través de la recopilación de sus cartas en un libro que ella nombro "El hábito de ser", refiriéndose ante todo al habito del arte que O’Connor había perseguido sin descanso. Pero, ¿Qué es el hábito del arte?, y ella misma lo explica tomando un concepto ajeno:


“Este hábito es una virtud, es decir, una cualidad que, venciendo la indeterminación original de la facultad intelectiva, aguzando y templando a la vez la punta de su actividad, la lleva, respecto de un objeto definido, a un cierto máximo de perfección, y por ende de eficacia operativa… El arte es una virtud del entendimiento práctico”.  
 Arte y escolástica, Buenos Aires 1958, 16-18.

Flannery O’Connor  buscó duramente  adquirir este hábito, abocando toda su existencia a este proyecto que no la abandonaría hasta el final de sus días, entregando su energía más valiosa en pos de algo que se plasmó en sus novelas y relatos. 

Pero, para Fitzgerald  con la misma voluntad y método, mas de manera inconsciente Flannery adquirió, un segundo hábito, denominado por ella «El hábito de ser»: excelencia que no corresponde únicamente a la acción, sino a una disposición y actividad interior que reflejaba el objeto, el ser único que entre tantas características similares, físicas, emocionales e insondablemente intimas, la caracterizaban como irrepetiblemente genuina, esto al mismo tiempo, se manifestaba en lo que hacía y decía.

Buscamos ansiosamente impactar con nuestra originalidad que solo es palpable exteriormente pero que al momento de posicionarse en nuestros actos, palabras y hechos se derrumba como un castillo de naipes, mientras sentimos que no somos nada especiales que solo fingíamos serlo, que hemos actuado en nuestras vidas buscando una patética aprobación externa. Pero allí en los más profundo de nuestros miedos, más allá de la frontera de la alienación y la anomía, debajo de la conformidad y  los prejuicios, esta nuestro  ser reclamando vivir única y verdaderamente, cultivar este hábito  nos invita a no temer y a caminar por la cuerda floja sin mirar al suelo, este habito que nos reta a dejar en el mundo una imborrable huella. 



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