La angustia y el temor que nos
produce la muerte es tal que buscamos escapar de nuestra mortalidad bajo muchas
formas, la religión, los vicios, la negación e incluso la ficción literaria,
pero lo cierto es que aunque esperemos con paciencia y esperanza que exista un más allá son muchos los que
temen no ser merecedores del paraíso prometido.
¿Es el temor al castigo eterno mayor
al de la muerte?, la razón por la que le tememos a la muerte es porque nos
hallamos ante algo desconocido, si tuviéramos la seguridad de la existencia de
un más allá no existiría el temor a esta transición sin embargo aun queda el
castigo, ¿por qué le tememos a este?
Son Juan Tenorio capital simbólico en
España y en muchas otras parte del mundo
presentado emblemáticamente por Tirso de Molina, no esta exento del temor
humano hacia lo desconocido pero ante todo al pavor que le produce ser
castigado por sus acciones. Como
observamos al verlo devorado por las almas infernales que lo llevan hacia las
fauces infernales del Argos, reparando todo el daño cometido y devolviendo a
sus jóvenes victimas la honra “arrebatada”.
No obstante esta historia en contraste
con la adaptación de Zorrilla no hallo tantos seguidores, ¿cuál es el motivo?,
¿es acaso a el amor que encuentra en esta obra y no posee el anterior Juan
Tenorio en la otra?, o, ¿quizá sea la modernidad de la obra de Zorrilla, lo que
lo ha mantenido vigente?, podríamos tratar de aplicar cualquiera de estas
posibilidades tan numerosas e indistintas para tratar de explicar la
popularidad de el Juan Tenorio de Zorrilla en comparación a la obra de Tirso.
Sin embargo mi tesis es esta, creo que es la posibilidad de ser redimido, la
idea del perdón a través del amor y vernos exentos del castigo la que ha convertido a esta obra tan popular en
contraste con la de Tirso.
subí, yo los claustros escalé y en todas
partes dejé memoria amarga de mí”. (Escena XII).
La muerte es nuestro gran paradigma, el libre albedrio y el ritmo acelerado del presente siglo, ha echado pro la borda los grandes dogmas que nos invitaban a ser precavidos, creyentes y “decentes”, es aquí cuando la figura de Juan Tenorio surge y reclama para si que los jóvenes vivan, a través de una visión literaria de irremediable maldad como de la que es poseedor el protagonista se nos invita a ver la presión con la que ese desenvolvían en los anteriores siglos, se solicitaba clemencia, pulcritud y pundonor, pero por otra parte se pedía vivir una vida de valor, la literatura significo un refugio para exorcizar nuestros miedos tal y como afirma Umberto Eco, a través de la figura de Juan Tenorio, se conquistó a las mujeres que en la vida real no se pudo conquistar, se convirtieron muchos en temporales poetas y notables buscapleitos, la ilusión de ir a buscar una vida glorificada sin ir más allá de la comodidad de nuestra habitación se asentó en aquel entonces y los sueños se convirtieron en algo que un ser superior y no nosotros podría atreverse a cumplir, la vida se volvió en algo que vivíamos a través de cualquier cosa y no por nosotros mismos.
En este espacio de opresión y doble
moral se gesto un nuevo Juan Tenorio, que era humano a pesar de no ser real,
que necesitaba amar para salvar su vida de absolutos días de banalidad, porque
al fin y al cabo si al castigo tememos es porque muy en le fondo sabemos que
somos merecedores de este y que pese a todas las posibilidades hemos elegido
vivir a través de un dogma, un escape o un libro, en medio de la banalidad con
la que Juan Tenorio vivió su día a día y esperanzados en redimirnos de esto en
algún momento.
Miguel Delibes asevero: «Al
palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras
más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos
insoportablemente banales», y junto al ficcional Juan Tenorio somos tan
terriblemente humanos no nos parecemos en lo absoluto a la dulce Ofelia de Hamlet ni somos tan valientes
o decididos como Amadis de Gaula, pero puede que cada uno de nosotros lleve un
poco de Juan Tenorio, de su mezquindad, su egoísmo, su desinterés por tener una
vida admirable y probablemente la ilusión de redimirnos pese a nuestra
cobardía.
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