Muchos de nosotros somos como Gregorio Samsa, vivimos encapsulados en una realidad asfixiante pensando que somos parte de algo importante sin darnos cuenta que desde hacia mucho tiempo estamos muertos.
Existen días, muy pocos generalmente en los que caemos en
cuenta de la realidad que nos rodea, observamos impasibles y con claridad la aplacadora rutina, nos sorprenden las acciones que llevamos o no a cabo, palabras que dejamos de decir, cosas por las
que dejamos de luchar, sentimientos que
nos rehusamos a expresar y el «no» que no fuimos capaces de pronunciar.
Es todo esto lo que nos ha llevado a
estar donde estamos, a ser lo que somos
y aunque sabemos con exactitud como
llegamos hasta aquí, nos negamos a aceptar
como nuestra responsabilidad la
realidad vivida, preferimos culpar al sistema, a los padres, al cambio de moneda o al presidente de turno,
antes que admitir que pudimos hacer algo más. No obstante, hay algo más que nos
sacude desde adentro, son nuestros sueños, que se encuentran encorados y silenciosos en nuestra pequeña
jaula de conformidad, frustración y excusas que forjamos para ellos, para
evitar que el dolor del fracaso inunde el día con día y convierta en
insoportable una gris existencia.
Lo cierto es que todos poseemos
sueños pero son pocos los que se deciden a convertirlo en una realidad férrea,
todos podemos soñar y soñamos, es más, si miráramos con atención a nuestro alrededor
veríamos en cada rostro la historia de un triunfo indiscutible o de una aplastante derrota. En un mundo
acelerado como el de nuestra sociedad, nos hallamos permanentemente conectados y se
pretende con el fin de apaciguar nuestra inconformidad ante la vida, algo que resulta simplemente irrisorio pero
tristemente verídico: el vendernos
constantemente la experiencia de una vida ficticia, esperan que disfrutemos de
la rutina sin pestañeos, buscan que se
institucionalice el domingo, que se proteste porque un hombre golpea a un
perro, pero, que paradójicamente nadie se inmute por el asalto político o la
acusación de lavado de activos hacia a algún parlamentario.
Buscan pintarnos una vida
satisfactoria que busca ser alimentada a través de la seguridad: la de un
empleo, una relación, una hipoteca e incluso prever que nuestro ocio y pasatiempos no afecten en
lo absoluto a nuestro desempeño
sistemático; es aquí donde el trabajo de la red de redes se hace presente y es también fundamental, hoy el opio del pueblo no
se halla más en la religión, como afirmara Marx, es en Internet y mediante videos impactantes o graciosos, la
presencia de redes sociales como «Facebook» o «Twiter» que promueven el morbo y la
exhibición de nuestra intimidad para generar una forzosa aceptación en extremo patética, como también
muchos portales de noticias que promocionan como sucesos de importancia la
ciada de un famoso o su salida de una clínica de rehabilitación. Todo esto ralentiza a las personas y las convence que
ante cualquier expectativa es mucho más importante buscar la seguridad,
arriesgarse no solo es más sino que también se vuelve en algo innecesario.
Y es por eso que cuando caemos en cuenta
del contexto de vida que nos rodea, observamos nuestra casa, nuestro aspecto y
nos damos cuenta de lo que verdaderamente significa, no podemos soportarlo, procuramos cuanto antes adentrarnos a la vida
grisácea de la cotidianidad que nos ofrece no solo una falsa seguridad sino que
también nos carcome y asesina de a pocos, terminando de hacer de nosotros parte de este insensible y castrante sistema.
Enfrentarnos a nuestra realidad y
aceptar es duro, tanto que nos detenemos, nos deprimirnos y dejamos de avanzar,
pero la vida nos llama a vivir más allá de la conformidad, el presente siglo
ofrece oportunidades inusitadas y aquí estamos nosotros para luchar por
obtenerlas, estar consientes de que hoy y solo hoy viviremos es importante para
comenzar a forjar aquello que queremos ver un dia sin rehuir o renegar de nuestra
suerte, sonreír satisfechos al observar que estamos donde siempre quisimos
estar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario