Nos encontramos en medio de un proceso que jamás habíamos enfrentado. Esta cuarentena no solo ha evidenciado lo frágil de nuestra especie y los muchos paradigmas que nos rodean, que parecieran decidir hoy más que nunca por nosotros. Hay muchas cosas que han salido a flote en medio de este tiempo de emergencia sanitaria y es importante analizarlas atentamente, esperando quizá que no vuelvan a repetirse.
En definitiva en el mal llamado país del "sueño americano" Tal es el caso de lo sucedido en Minneapolis (Minesota), donde pese a que se hallaba en el suelo, sometido y esposado, durante siete minutos el oficial de policía Derek Chauvin mantuvo su rodilla en el cuello de George Floyd; pese a que este repetia una y otra vez: No puedo respirar, este policía continúo oprimiendo el cuello del hombre afroamericano de 46 años hasta quedar exámine y abandonar este mundo en medio de una agonía desesperante que no deseo para nadie.
No solo se trata de brutalidad policíaca, que desde hace muchos años ha generado polémica en los Estados Unidos, o la historia de un hombre que deja a una niña de seis años en la orfandad, no se trata de porqué arrestaron a George Floyd, circunstancia con la que dicho sea de paso se trata de defender lo indefendible.
Es la historia de siempre, el mismo discurso de odio en medio de esta pandemia, los opresores siguen siendo los mismos, con palabras maquilladas, con alternativas de tolerancia, con fechas conmemorativas que solo sirven para adornar el calendario, que solo buscan ser un elemento distractor de este gran problema: la sociedad humana, nuestra sociedad, es un cadáver andante que hiede a violencia.
Y serán muchas las velas que se enciendan por George Floyd, así como son muchos los amigos que lo recordaran a través de diversas anécdotas, muchas las reflexiones que como esta se escriban sobre su historia y el terrible final de la misma.
Pero hoy, Minneapolis está en pie de guerra, ante esto las autoridades estadounidenses han dicho: "no, no, esa no es la respuesta", mientras atacaban a los protestantes.
No, como si estas dos letras bastaran para regresar el tiempo; no, como si no fuera ya suficiente de segregación, y de muertos apilados; no, como si no supieramos muy bien nuestra posición en el tablero.
Y es que fácil decir no cuando no es nuestra historia, cuando no somos los que han perdido a alguien de una forma tan absurda y sobre todo tan evitable; el dolor de familia de George Floyd no solo les pertenece a ellos, es un dolor compartido que toca las fibras más sensibles de todos aquellos que conocemos muy bien el amargo sabor de la injustica, la mirada recelosa por el color de la piel, porla vestimenta, los zapatos que usamos, el lugar en el que estudiamos e incluso por estupideces como la forma en la que hablamos.
Nada ha cambiado desde entonces, no importan las banderas, los discursos o las fechas que solo ensalzan una triste realidad; la llamada justicia es parcial y solo cuando seamos capaces de reconocer la futilidad de la satisfacción inmediata que ofrecen estos paliativos cívicos y podamos concentrarnos en acciones inmediatas que cambien a nuestras instituciones desde dentro, cesará esta violencia repetitiva y discriminatorisa, dejando de sentir esta inquietud e incertidumbre constantes.
Sabemos de antemano que la violencia no es la respuesta, que probablemente este caos solo traiga más desolación y dolor; pero no es la primera vez que un afroamericano muere a manos de un policía blanco en los Estados Unidos, no es la primera vez que se promete aplicar todo el peso de la ley, probablemente no sea la última vez que el sistema sea "generoso" con los acusados. Siendo así entonces y tomando en cuenta que para el gobierno "la violencia civil no es la respuesta",
¿lo es entonces quedarnos de brazos cruzados?
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