lunes, 27 de julio de 2015

El cansancio: una anomalía moderna

Los días pasan y con los años nos damos cuenta de una ineludible verdad: estamos cansados. No temporalmente,  por unas horas o días sino permanentemente, todo el tiempo deseamos estar en otra parte. Atrás quedaron los días en los que un par de horas podían reajustar nuestro reloj biológico y revitalizarnos.

Hoy vivimos en una época que nos exige  extremo entusiasmo  a la par que nos despoja de este. Las  largas jornadas laborales, las inacabables tareas académicas, el transito, el día a día, en fin, la rutina en sí misma, nos han agotado hasta tal punto que no basta un día libre para recuperarnos óptimamente, pues incluso este tiempo libre se encuentra de antemano designado.
El cansancio crónico no es un padecimiento aislado, es compartido por miles de millones que día a día deciden ser parte de la "caja", de aquel universo  designado a una población dispuesta a soportar interminables  jornadas de cuarenta y ocho horas semanales, más de ocho horas diarias y un día "libre" a la  semana para justificar el despojo de  tan preciados  años de juventud en un castrante puesto laboral.

Aceptando implícitamente vivir a medias y siempre a prisa, embruteciéndose frente a un ordenador  o un televisor, este  comportamiento parece consagrarse como  irrevocable  en el presente siglo, y, es comprensible dado que  nos adoctrinaron para vivir a medias desde que ingresamos a aquel pabellón sombrío llamado escuela.

Desde una temprana edad nos despojaron de la unicidad que como seres humanos nos correspondía, nuestros problemas, cualidades y características irrepetibles no importaron, cada niño se transformaba en una estadística más, fuimos parte de un registro que se desecho a fin de año y nos heredaron dos actitudes  terriblemente toxicas.

En primer lugar, nos volvimos amargamente dependientes de la opinión del resto, tal actitud explica porqué es tan difícil para muchos negarse a hacer algo que simplemente no desean llevar a cabo, el que dirán no solo los afecta a ellos, irremediablemente hemos sido sus  ingenuas victimas en algún momento y se vuelve casi inevitable no buscar la aprobación del mundo que nos rodea, por ello es tan difícil sobresalir en un entorno que te exige tomar la dirección contraria a la que tu intuición te pide ir. Es casi imposible no pensar en el que dirán y no por un rasgo empático, contrariamente,  esto obedece a una necesidad de aprobación  enfermiza, de querer estar en el  sobresaliente, en los A+, "hágase en la vida como se hizo en la escuela".

Nos han enseñado desde muy pequeños a dejar de amarnos, a restarle importancia a nuestro contexto, a sentirnos realizados por una calificación y por ello se vuelve tan importante ser aprobados "socialmente",  nos acostumbramos a generalizar, sino estamos en los buenos, definitivamente estamos con  los malos, nuestros romances deben de ser como los televisados, nuestras actitudes también. No existe un espacio para ser nosotros mismos, para aprender a respetarnos y amarnos, como seres únicos y sobretodo humanos.

Otra herencia dejada por la escuela es el  cansancio, sinónimo de victoria, de estar haciendo bien las cosas, lo terriblemente cierto es que aquello que funciona en la escuela no necesariamente se mantiene vigente para el día a día, nuestro cuerpo lo ignora y nuestra mente se ha acostumbrado a recibir ordenes así que simplemente no lo cuestiona, nos hallamos entonces en un inacabable y vicioso circulo.

Odiamos lo que hacemos pero por una razón que no acabamos de entender del todo, tenemos que hacerlo, el honor y los registros de la escuela se vuelven almizcle con nuestro cansancio,  hacemos algo que odiamos y más allá de las razones económicas se encuentra la inexorable  idea de que nunca pero nunca y que jamás seria normal,  dedicarte a algo que no detestes.

Nos han adoctrinado para aceptar sin rechistar, emprender nuestra energía en algo que no nos invita a mejorarnos como personas, que no nos atrae, que simplemente no nos apasiona y contrariamente nos languidece, embrutece y amarga, estamos cansados pero no podemos parar, las estrictas calificaciones nos han enseñado que la seguridad es ante todo lo más importante y un promedio bajo vale más que arriesgarse por un sobresaliente.

Vivimos anexados a nuestro infantil pasado y lo peor  de todo es que lo ignoramos, el cansancio no es solo físico o mental, es también  emocional, síndrome de la modernidad que nos roba la espontaneidad, la juventud, la risa y el llanto. A lo largo de los años y pese a innumerables avances, seguimos sin saber como combatir nuestros más ridículos miedos aquellos que se han encargado de enfundarnos en una vida irónicamente inevitable.

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